Sergio Daniel Moreira Ascarrunz Ph.D.
Recientemente tuve la fortuna de dar una charla sobre pensamiento crítico y pensamiento científico en una universidad boliviana. Como era de esperarse, la mayor parte de la audiencia (de un total de más o menos 40 personas) eran estudiantes, aunque también había unos cuantos docentes (digamos entre 5 y 7 docentes). Mi charla, entre otras cosas, presentó artículos científicos originados en meta-análisis respecto a la comparación de beneficios nutricionales entre alimentos orgánicos y alimentos convencionales.
Quizás algunas definiciones son necesarias antes de proseguir. Un artículo científico es generalmente elaborado por un equipo de investigadores académicos utilizando los preceptos del método científico: Observación, Investigación documental, Hipótesis, Experimentación, Análisis de resultados, Publicación de resultados y conclusiones, Revisión y análisis por pares, Repetición y validación. El corazón de todo este proceso es la revisión por pares, en la cual investigadores independientes y completamente ajenos al equipo de autores evalúan la validez y la trascendencia de la investigación en el contexto científico actual. Si y solamente si estos pares científicos aprueban la investigación, los autores pueden proceder a la publicación formal de la misma, para que esta enriquezca el conocimiento humano y pueda ser accesible a la sociedad en general.
Un meta-análisis es un tipo particular de investigación en el cual se utilizan herramientas estadísticas especializadas para analizar un gran conjunto de investigaciones y estudios independientes ya publicados (muchas veces cientos de estudios) para sintetizarlos y llegar a una conclusión común todos estos estudios.
En estos meta-análisis se definió a los alimentos orgánicos como aquellos que contienen ingredientes producidos de acuerdo a estándares específicos que enfatizan la protección del ambiente, el uso controlado de químicos en la producción de cultivos y de medicinas en la producción animal. La conclusión de los meta-análisis se puede resumir en que no existen evidencias de que hayan beneficios nutricionales de los alimentos orgánicos por encima de alimentos convencionales.
Quizás la charla no hubiera merecido mayor comentario de mi parte de no haber sido por una pregunta dirigida hacia mí al final de la sesión de presentaciones. No recuerdo exactamente los términos de la pregunta pero básicamente era algo así: “¿Usted pretende que creamos que da lo mismo consumir alimentos orgánicos que alimentos convencionales?”. Es importante enfatizar que durante la charla yo había mencionado que estos estudios no hacían referencia a ningún otro beneficio de los alimentos orgánicos, como pueden ser beneficios para la preservación del ambiente, la producción sostenible, etc. Solamente hacían referencia a beneficios nutricionales para la salud de los seres humanos.
Tratándose de una charla sobre pensamiento crítico, yo había mencionado que era importante tratar de desligarse de creencias e ideologías personales y estar abierto a la evidencia científica para llegar a conclusiones más cercanas a la verdad. Mi respuesta a la pregunta fue que yo no pretendía que me crean a mí. Yo había presentado las investigaciones y había tenido el cuidado de presentar los nombres de los autores, sus afiliaciones y las referencias bibliográficas para que cualquier interesado revise a detalle las publicaciones y vea la evidencia que apoyaba sus conclusiones.
Más allá de la anécdota, este intercambio me llevó a pensar acerca de lo siguiente: Todos los seres humanos instintivamente tendemos a apelar a la “Falacia naturalista”. Esta falacia consiste en creer irracionalmente y erróneamente que las cosas que son “naturales” son intrínsecamente mejores o más beneficiosas que las “no naturales”. Es el caso de la agricultura orgánica, que se percibe como “natural” e intrínsecamente mejor o más beneficiosa que la agricultura convencional. Sin embargo es muy simple ver, a través del razonamiento, que esta falacia no es para nada válida.
Primero que nada, la naturaleza es completamente ajena e imparcial a nuestros intereses individuales o particulares como humanos. En la naturaleza existen tanto cosas “buenas” o beneficiosas, como cosas “malas” o perjudiciales. Podríamos razonar, como ejemplo, que las enfermedades son hechos naturales que controlan la población de seres humanos en el mundo. Por otro lado las vacunas, los antibióticos, las cirugías o cualquier otra intervención humana que reduce el impacto y las muertes debidas a estas enfermedades son descubrimientos completamente “no naturales”, creados por lo seres humanos precisamente para incrementar nuestra supervivencia y nuestro domino sobre el planeta. En este caso creo que todos preferimos la opción “no natural”.
La agricultura es precisamente un hecho completamente “no natural”. La evidencia arqueológica muestra que recién entre 9 000 años y 13 000 años los seres humanos comenzaron a cultivar plantas y criar animales. Antes de eso, lo natural para los seres humanos era ser carroñeros, cazadores y recolectores. También es un hecho ampliamente comprobado que los cultivos que hoy disfrutamos en nuestras mesas no son solamente producto de la naturaleza sino de muchos siglos de selección de las mejores plantas según nuestros criterios de uso (alimento, vestimenta, etc.) y mejoramiento (ya sea por cruzamiento o por simple selección), primero por parte de agricultores y luego por parte de mejoradores profesionales y científicos.
Por esta razón, pensar que la agricultura orgánica es “natural” es erróneo. No es “natural” simplemente porque es agricultura. Cuando aplicas bosta animal para fertilizar una parcela orgánica lo haces precisamente porque la naturaleza no lo hace y porque el ser humano ha descubierto que eso tiene un buen efecto. Cuando aplicas fungicidas como el sulfato de cobre (que está aprobado para su utilización en producción orgánica aunque es una molécula inorgánica) utilizas un descubrimiento del siglo XIX para controlar alguna enfermedad en tu cultivo. No es “natural”, pero es efectivo. Lo mismo pasa cuando aplicas una bacteria como controlador biológico de plagas o enfermedades. Utilizas un aislamiento seleccionado (no una población natural), que probablemente fue descubierto por algún científico, tuvo que ser artificialmente multiplicado en grandes cantidades para poder ser efectivo y seguramente es comercializado por alguna empresa. No es un proceso muy natural.
Pero aquí viene lo interesante. Se ha demostrado que la aplicación de bosta animal a cultivos orgánicos está relacionada con infecciones gastrointestinales de los consumidores a escalas continentales. Se sabe que el uso indiscriminado de cobre (que es un metal pesado) como fungicida contamina suelo y agua y además selecciona poblaciones de patógenos resistentes a este fungicida. Y finalmente, hace poco se ha reportado que una bacteria llamada Pantoea aglomerans, con la cual yo mismo trabajé durante mi investigación doctoral, es capaz de producir infecciones dérmicas en humanos, inclusive en niños.
Podría extenderme en ejemplos sobre lo peligrosa que puede ser la naturaleza para nuestra existencia. Pero la idea central es que no todo lo que concebimos como “natural”, es intrínsecamente bueno ni lo “no natural” es intrínsecamente malo. La evaluación debe hacerse caso por caso, atendiendo a la evidencia científica que apoye nuestra decisión. Es el caso de la agricultura orgánica, que puede tener muchos riesgos, o de la utilización de cultivos genéticamente modificados, que pueden tener muchos beneficios.
Publicado: 09 de marzo de 2017