Para conocer el legado de Martín Lizaso basta con transitar algunos kilómetros por cualquier ruta de la Argentina y observar el color y la calidad de la hacienda vacuna que puebla nuestras tierras.
Cualquiera que conozca un poco la historia de la ganadería local sabe que durante muchas décadas, Lizaso fue sinónimo de Angus colorado. Esa fue una posta que tomó de su padre, Abdón, quien en 1936 compró la estancia “Gurechea”, de 2.500 hectáreas en Estación Bonifacio (Laguna Alsina), en el oeste bonaerense. Al principio se dedicaron a la ganadería de cría, pero la búsqueda de mejorar los índices productivos llevó naturalmente a seleccionar toros y vacas de calidad superior, y así nació la cabaña.
A fines del siglo XIX, dos ingleses habían traído al país los primeros Aberdeen Angus colorados. Décadas más tarde, en los albores de la segunda guerra mundial, los ingleses se fueron y en la liquidación de los reproductores los Lizaso compraron los mejores toros. Fue una apuesta por un color que en aquel momento nadie elegía ya que imperaba el Angus negro, pero que con el tiempo lograron expandir con gran éxito.
Mientras tanto el joven Martín empezaba su formación en la producción de carne, que fue paulatina e incluyó todas las etapas de la cadena, empezando desde el final para luego ir conociendo el proceso corriente arriba. Lo primero fue ir al frigorífico Swift, con el que su padre tenía un vínculo fluído, a conocer todos los detalles de la faena, el desposte y la tipificación de cortes. Todavía recuerda el frío que hacía en esas cámaras.
Se recibió de contador público y su primer trabajo fue en el Mercado de Liniers, a donde se iba en colectivo todas las mañanas para estar ahí antes de las seis y media. Allí pasó por distintas tareas hasta ser apadrinado por "el Turco" Espert, jefe de balanzas, quien le enseñó varios secretos del negocio.
Después le tocó administrar un campo en Saladillo. Mandó a construir una casa, un galpón y una capilla, y en 1956 se sumó al plan del INTA Balcarce para praderizar la Cuenca del Salado. Había campo, mejoraba el forraje y la genética era buena, pero era momento de consolidar el rumbo. En Inglaterra, históricamente a los colorados los mandaban a faena, se priorizaba el Angus negro. Entonces los Lizaso estaban atentos, tenían informantes que les avisaban cuando había un reproductor interesante, y lo compraban. Viajaban a ver con sus propios ojos e importaban semen de los mejores toros de Gran Bretaña y de Estados Unidos.
Pero la difusión de un color de pelaje, que hoy se ve tanto en el rodeo Angus como en el Brangus y en cualquier cruza con la raza británica, es prácticamente anecdótica. El propio Lizaso aclara que él lleva la bandera del Angus, que no tiene nada en contra de los negros y que más de una vez los ha utilizado para buscar ciertas cualidades en su rodeo. El verdadero aporte que él realizó a la producción ganadera argentina, y que lo transforma en un pionero, fue la recolección de datos genéticos productivos de todos los reproductores.
Por sugerencia de investigadores del INTA Balcarce empezó a registrar información para optimizar el criterio selectivo. “Yo fui innovador, fuimos los primeros que vendimos animales con datos, no solamente el pedigree sino la fecha de nacimiento, peso al nacer, peso al destete, circunferencia escrotal… Ese fue el comienzo de lo que luego fueron los programas de evaluación y hoy la genómica”, recuerda en diálogo con Clarín Rural, en su departamento de la ciudad de Buenos Aires, a pocos meses de cumplir 99 años.
Al morir su padre, la empresa se dividió y Martín fue quien le dio continuidad a la cabaña. Nacía la firma Agromelú, que desde 1966, cuando hizo el primer remate en Bonifacio, hasta 2010, realizó ininterrumpidamente tres remates anuales: el de verano, el de primavera y el “Remate de los datos”, en conjunto con la cabaña Las Lilas, en el que solo se vendían reproductores con toda la información posible. Llegaron a vender mil toros por año.
En los años 60, además de iniciar su propia cabaña, Lizaso formó una familia con Nené, su compañera de vida hasta el día de hoy, con la que tuvo cuatro hijos, uno de los cuales, Martín Facundo, tomó la posta de Agromelú y hoy lleva adelante una importante innovación comercial, expandiendo su genética hacia el norte y hacia Uruguay. “A mí me tocó difundir el Angus colorado. Ahora lo que hace mi hijo es superior: la innovación, mejorar todo lo que hay que mejorar”, afirma Lizaso, quien hace pocas semanas fue reconocido con el Testimonio Clarín Rural por su trayectoria y sus aportes a la ganadería.
Pero sus responsabilidades empresariales e institucionales no se limitaron a esa actividad productiva. En 1986 ganó las primeras elecciones realizadas en la Asociación Argentina de Angus con el 60 por ciento de los votos, a pesar de que era criador de colorados, que por entonces en la exposición de Palermo representaban apenas el uno por ciento de las inscripciones. Después fue director de la Sociedad Rural Argentina, donde tuvo una importante labor educativa impulsando el colegio agrotécnico de Realicó y el Instituto Superior de Estudios Agropecuarios (ISEA). Fue director del Banco Nación, miembro de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas (ACDE) y, como buen vasco de pedigree -tiene 16 apellidos vascos-, fue presidente de la Asociación Euskal Echea durante 16 años.
A la edad de Lizaso, y con el legado que ya está dejando, cualquiera diría que para él es tiempo de descansar y disfrutar de sus hijos y sus nietos. Lizaso disfruta cada día, sí, pero lo hace sin dejar de trabajar. Sabe que es justamente la actividad lo que lo mantiene vivo. “Voy a seguir haciendo, dentro de las posibilidades de la edad. No tiene sentido la vida si uno no sigue aportando lo que uno ha ido atesorando, que no es para guardarselo sino para transmitirlo”, concluye.
Publicado: 03 de octubre de 2024
Fuente: Clarín
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